Marcita Libertad es una bruja. La vas a querer, adorar y como todos los que queremos y adoramos a las brujas, también mientras la leas vas a querer usar un hechizo contra ella. Un que te re contra. Welcome to the jungle entonces.



jueves, 5 de agosto de 2010

Día de la niña peronista


Sigo con mi revival infanto-bizarro, porque cuando a veces el presente nos ajetrea de lo lindo hace bien descansar sobre la infancia sublimada. Y en mi infancia, como en todas nuestras infancias, siempre hay un festejito del día del niño especial. De mis días de niña me acuerdo de dos momentos históricos: uno en el que mi tía Pocha me regaló un pianito con teclas de colores. Un piano chiquito pero groso, al que le armaba las patas con encastre. El pianito emitía sonidos secos, claros, contundentes. Y yo, que era una especie de Federica Chopin sin talento pero impune, le quemaba el balero a familiares y amigos sin inhibiciones.

El segundo día del niño que recuerdo patente-patente lo viví como niña peronista. Mi progenitora no me dio muchas opciones, vale decir, me informó que el día de la niña lo pasaríamos en la unidad básica barrial. Así que el plan era redondo: tenía que colaborar en tareas de militancia estandar como acarrear objetos de aquí para allá, seguir directivas de ocho personas a la vez y tratar de no perderme en el intento. Y además de esta militancia, tenía que pasarla bien y disfrutar mucho: porque es tu día chiquita, tu día especiallll lalala. Bien.

La noticia me cayó como se cae una tortuga de la mano de un niño despiadado que la deja caer una y otra vez: me pareció un embole, pero un embole inevitable. Sin embargo, como decía Pedro Navaja “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Al llegar al lugar de los hechos, las cosas empezaron a tomar otro color. Primera cuestión, cuando una se vuelve una “colaboradora” de un evento –ya sea de un evento masivo y power o de una choripaneada casera para ocho personas- la sensación que se tiene es que una se convierte en alguien importante. Digamos que esto puede ser verdadero o falso, no importa como dicen los psicolocos, lo clave es lo que uno se cree.

Así que la pequeña peronista se deslizaba con pechete inflado de la calle cortada al bolichón básico, de la trastienda del bolichón básico a la calle cortada. Con soltura, con disposición al acarrear cotillón, chucherías y demases. Hasta que en una vuelta de militancia, descubrí al payaso, que no era otro que un muchacho de la juventud peronista, una especie de Bombita Rodríguez ochentoso, con rulos violentos negros, pero con un disfraz de payaso muy bien confeccionado, con un maquillaje que hasta el cirque du soleil te lo envidiaba y sobre todo, con muchísima gracia. Y me quedé, y me senté al lado de mis pares pequeños peronistas. Me quedé, absorta, capturadísima con el títere que manejaba. Me morí con cada chascarrillo artesanal y después, ya que estaba, te participé en la seguidilla de juegos caseros, en la carrera de embolsados, el juego de la papa, el baile de las estatuas. Todos juegos bien baratos y bien peronistas. Y seguramente ese regalete que me dieron los muchachos de la juventud peronista me pareció recontra groso y cuando ya no podía más del cansancio me acurruqué, como casi siempre lo hacía, en algún sillón de la básica unidad básica y dormité. Sabiendo que es groso ser niña, que el día del niño más allá de las avivadas comerciales, sigue siendo un día mega-power y que está bien que todos los niñetes puedan festejarlo. Así que después de miles de décadas, gracias muchachos peronistas de los ochenta por esa tarde fría y bizarra.