Marcita Libertad es una bruja. La vas a querer, adorar y como todos los que queremos y adoramos a las brujas, también mientras la leas vas a querer usar un hechizo contra ella. Un que te re contra. Welcome to the jungle entonces.



jueves, 23 de septiembre de 2010

Mi película favorita


Me pregunté a mi misma a ver … cuál es tu película favorita, cuál, en toda la historia moderna del cine y me puse en aprietes. Me dije, a ver, arriesga, que de eso se trata a veces la vida, de formularse preguntas sin demasiado sentido y tener la libertad plena de responderlas. Libertad plena, compleja sensación para alguien que fue criado por una progenitora que se llama exactamente así: libertad. Entonces me la juego, de guapita y me digo In weiter ferne, so nah! Y con eso no me digo mucho, apenas quizás que desde ese momento me había prometido estudiar alemán y nunca lo hice y que por enésima vez lo voy a planificar para mi próximo febrero. In weiter entonces, para la muchachada criolla tan lejos, tan cerca. Mi peli favorita, peli alemana gigante, porque Wenders más acá y más allá de Buenavista y su perspectiva políticamente correcta de la vida es gigante. Porque esa peli me hizo ver que las noches y los días están cargadas de ángeles y de gente que trafica con armas y que todo esto puede habitar en el mismo vecindario. Y opto por esa peli, porque Cassiel mi Cassiel, porque es mío en algún lugar, es mi personaje de ficción preferido, aunque termine estacado en esa barcaza sin demasiada dirección, sin viento ni sol. Así que, si tuviera que contestar uno de esos formularios Proust diría que mi obra favorita es la de arriba y el tipejo de ficción en la historia, el angelote que quería ser humano para saber de que se trataba ese último aliento cuando uno partía, y para comprender cuáles eran los sentidos de tantos susurros.

Quizás los noventa eran un escenario ideal para recuperar ángeles, quizás siempre lo sea, no sé demasiado, pero como verán compré la historia de cabo a rabo. Porque tener un angelo bonachón cerca resulta vital.

jueves, 2 de septiembre de 2010

El gran Bono y Esther la estilista


Estoy un tanto colapsada, hartada, cansada, mareada y podría continuar con un número significativo de adas. Digamos, que esta climatología invernal, ya a destiempo, no ayuda demasiado. Solo entusiasma a los meteorólogos que, sí amigos! por una vez la pegaron con su pronóstico piedra de cinco días continuados de lluvia.

En medio de este trance iban mi cuerpo y mi almita, en una combi, de las “autorizadas”, desde el conurbano profundo hacia mi hogar cálido. Los viajes siempre tienen algo especial si uno los vive como viajes, sean viajes desde el conurbano, sean viajes con mochila a cuestas, en fin. No me disperso, en ese viajecito conurbanero me despabiló un muchacho desde ignota fm local con un himno que hace mucho cantaba y que por mi parte, hace mucho no oía. El solía ser, allá por los 80, un chico rebelde, con cresta incipiente, chupín oscuro y actitud, sobre todo actitud. Les hablo amiguines del gran Bono, del Bono de ese recital histórico entre las rocas, que cantaba con virulencia y teatralidad justa, el Sunday bloody Sunday.
Debo decir que aquel porte me esclareció en algunas aspectos, en primer lugar, yo no tenía ni idea de que represión me hablaba, pero ante la primera imagen, me di cuenta de que tenía que solidarizarme con su madre irlanda. De todas maneras, aclaro que la perorata no va por este costado políticamente correcto, va por algo que algunos podrán considerar menor pero que no lo es. El posteo chiquis va por el costado estilístico. Y no les hablo de teoría estética, les hablo de estherestilista, la estilista de mi mamá.

Dije recién que Bono me esclareció políticamente pero la luz, la luz verdadera se me hizo cuando vi su corte de pelo: moderno, al viento, práctico, rebelde. Después de esta iluminación profana y con doce añitos me dije frente al espejo: yo quiero tener el mismo corte de Bono.

Hasta ese momento me peinaban cual lady del conurbano norte: prolija, femenina, conservadora. Siempre tuve el pelo lacio-mega lacio y una cantidad a prueba de radiaciones nucleares. En fin, como quería el corte de Bono, le pedí a mi mamá que me llevara a la peluquería. Mi progenitora quiso congraciarse, aceptó el desafío y me condujo con doble turnete a lo de su peluquera, casi una mano derecha para mi mamá, hablo de la señora Esther. Yo creo que si a la señora Esther le decías peluquera te echaba a escobazos de su peluquería. Esther con hache era estilista y recientemente había llegado de un viaje por Paris, un viaje profesional y para probarlo, exhibía las fotografías de sus recorridos y participaciones en congresos de “color y permanente” en las europas. Mi madre no se cortaba con ayudantas, se cortaba con Esther, con quien nunca había tenido una decepción, así que desconté que mi cuero cabelludo estaría en buenas manos.

Bien. Digamos que cuando a la señora Esther le hablé de Bono, pensó que le estaba hablando de un asunto bancario o una golosina. No, no, le retruqué, Bono de iuchu. Me miró con cara de vaca empantanada, inclinó su cabeza y buscó contacto visual con mi madre. Luego de estos lásers volvió a mí, ya no insistí con el nombre porque para qué digamos, entonces intenté una esforzada descripción del peinado con palabras como: cresta -que señora esther derivó hacia las aves de corral- paradito, cortito pero no tanto y lacio pero no todo lacio igual. Imagínense que si ahora me cuesta describir el corte, cómo lo habré hecho a los doce añitos.

La señora Esther me cambió el corte mega power de Bonito por un savage “muy a la moda parisina” con el que lidié por todo el verano. Me acuerdo de que las cuadras que me distanciaron de mi hogar las corrí mientras le gritaba a mi mamá que su peluquera barrial era una asesina de cabellos. Para mi sorpresa el que abrió la puerta fue mi primo que me tiró un: no es para tanto. Así que no es para tanto, soñar con ser estrella de rock y encontrarte con que portas un look cuasi bailantero. En fin. El verano la remé como pude, con una casaca de otro rock star, bobby marley, como para confundir. Y el otoño me trajo un flequillín que valoré mucho y después el lacio lacio fue arreglando los desajustes.

Nunca más volví a confiar en una peluquera que se llamara Esther, en ninguna, y debo decir que desde esa experiencia me prometí buscar con cierto cuidado a quien confiaba mi zona capilar. Los que me conocen sabrán que yo soy fiel a la dentista, al ginecólogo y al peluquero. Y también sabrán que he perdido el hábito de describir cortes. Yo le confío al peluca y después que el peluca se inspire con mi melena profusa. Y en ese campo me la juego y me animo a que tijereteen sin problemas. Quizás porque en alguna neurona remota me quedaron asociados los cortes de pelo soñados con esa figura rebeldona, de un Bono jovencillo gritándole al mundo anglosajón how long must we sing this song, how long…