Marcita Libertad es una bruja. La vas a querer, adorar y como todos los que queremos y adoramos a las brujas, también mientras la leas vas a querer usar un hechizo contra ella. Un que te re contra. Welcome to the jungle entonces.



sábado, 30 de octubre de 2010

La militancia




Alguna vez fui chica y alguna vez fui joven, y seguramente lo sigo siendo. En mi vida de chica y en mi vida de joven, la militancia ha sido un halo con el que me levanté cada mañana y con el que a veces, nunca llegué a irme a dormir. Debo confesar, que cuando tenía que ir a visitar a mis padres a la unidad básica barrial, el hecho me generaba un profundo malestar. No por los cuadros colgados allí, ni por las ideas, sino por los tiempos ausentes. Pero ahí, en un rinconcito, mientras ellos conversaban o hacían, la cosa empezaba a tener sentido.

Una se cría con juguetes, con anécdotas, con palabras, con tradiciones, con rezos, con retos, con llantos y risas, hasta nuevos llantos. Yo además de todo eso, me crié con la militancia. Quizás porque una de mis primeras anécdotas familiares se remonta a cuando tenía dos o tres meses y me convertí en espectadora estoica del funeral del general.

Quiero ser justa y sincera, de niña fui una enérgica niña peronista. Pero llegó un día en el que el mundo me sacudió el barrio, el provincialismo y el libraco de conducción política -que casualmente redescubrí hace dos años- el peronismo aquel casi infantil, a mí, como que ... ni modo. Por un rato. Y en ese ni modo por un rato me alejé de todo y de todos y descubrí mis propios rituales, me hice de mi propia cultura política. Y fue ese camino el que me hizo atravesar la mismísima sierra maestra y ahí, en la comandancia del cheíto se detuvo otro rato, como buen peregrino.

Si tuviera que elegir una palabra para definirme, quizás de manera arbitraria, como le decía a Mirandita, hoy elegiría la de militante. No sé cómo se hace una militante, no sé si se nace, se forma, se educa. Y entre los militantes les diría que no hablo de cualquier militante. A mí, la cuestión sobre lo que está bien o lo que está mal, lo justo y lo injusto, lo equitativo o lo inequitativo, la política me define, me atraviesa, me contornea y me sumerge.

No es fácil la militancia, no es una remera simpática ni un poster, más de una vez te quedás pagando, a veces es complicado entender los tiempos, los tiempos en los que se pueden tomar o no decisiones, las posiciones, las lealtades y las deslealtades. Es jodido equivocarse, es jodido no poder transformar y concretar lo que se desea en el mismísimo momento en el que una lo desea.

Pero cien mil veces, vale la pena. Como una luna llena, un mar abierto, un beso robado, la risa de la hija, las manos caladas de historia de la abuela. Los sueños siempre valen la pena. Valen la pena a pesar de los matices, de los sapos, del futuro que no llega, del suelo pantanoso y los mosquitos. Vale la política y una tiene que ser agradecida con quién de manera rara, porque era una rara avis, desde el barro y con una cuota interesante de locura nos volvió habilitar esa escena.

1 comentario:

  1. Me encontré en estos días con tantas reflexiones apasionadas y sensatas que no pude más que guardar silencio y admirar. Admirar historias que desconocía (como este caso de tu infancia militante), ideas que no sabía que seguían limpias, creencias, ideales. Algo, sin duda, resurgió. Algo nos hizo despertar. Como si hubiesemos entendido, como ocurre a menudo cuando la muerte acecha, que la vida es urgente y que no debemos perder tiempo, que todo tiene que estar sobre la mesa para que no dejemos de ser, para que algo quede cuando no estemos más. Eso, creo, es lo que ha resucitado.

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