
Mi papá de chiquita me decía que era linda y debo confesar que tal vez me lo creí un poco. Es más me preguntaba al menos cinco veces por día “pero decime vos, ¿por qué sos tan pero tan linda?”. Está bien, un papá nunca es objetivo –a un escracho le puede decir sin reparos “princesita”- pero mi papá no es de esos, mi papá es de los señores que andan con certezas y que si no las tienen en la palma de la mano, pues prefieren guardase la mano.
Digamos quizás que su perspectiva pseudo objetiva me ayudó a ir por la vida sin rollos estéticos, sin problemas por mi escasa estatura, mi pelo lacio y ojos extra grandes. Pero, más allá de este posicionamiento estético-metafísico, debo confesarles, amigas y amigos de Marcita (hablo en tercera persona como el Diego) que siempre creí que mi as en la manga era la simpatía. Petisita pero inteligente y simpática. Combo aceptable.
Hasta ayer. Ayer alguien me trató de Betty la fea y encima, antipática. No voy a reponer el marco de semejante destilería de veneno porque les amargo el fin de semana. Sólo voy a decirles que pocas veces lidié tan cara a cara con la debilidad y la miseria humana. Pero vamos a lo que importa como decía mi terapeuta favorita: “¿a vos nenita qué te pasó con todo eso?”
Bien, lo de Betty la fea digamos que me indignó. Eso no se le dice a una dama. En realidad no me dijo fea sino que todos preferían a Paris y no a mí, porque ella es tan linda y simpática. A ver señores: ¿acaso estamos en primero inferior? Joder como decía mi abuelita, joder.
Sin embargo, créase o no, como soy una rara avis, eso no fue lo que más me enfureció. Básicamente porque además de no contar con rollos estéticos, nunca le reclamé a la madre naturaleza aquello que no me quiso dar, siempre pensé que para ser bella había que tener onda. Y amigos, yo tengo onda.
Es más, como que lo de Betty la fea, hasta me trae recuerdos lindos de cuando era una desocupada y no me perdía por nada la telenovela colombiana en la que la fiel Beatriz Aurora Pinzón Solano se conquistaba al lindo Armanditomendoza.
Entonces, lo que me enfureció de endeveras, lo que activó la gallegada de todos mis ancestros fue lo de antipática. ¿Antipática yo? Chooo? Es como decirme que soy alta, una imposibilidad de la física. Una distorsión de los sentidos. Una falsedad cósmica. Una invalidez lógica. Cho soy una tipa divina, simpática, chistosa, graciosa y todos los “osas”. Pero por favor, señor, ¿antipática? Si te gané en concurso de verano cuando niña como miss simpatía. No, no, lo de antipática te lo peleó hasta el último round. Como dice la señora, “así no”.
En fin, ultimamente estoy muy josénarosky así que así como le recomendé un refrán a Paris, hoy me voy a autoadministrar una dosis para mí: Marcita, mejor no gastar pólvora en chimangos; al mal tiempo, buena cara; cuando la miseria entra por la puerta, el amor se va por la ventana y finalmente, a otra cosa, mariposa.